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Siempre que escuchaba que en una pareja uno de los dos le ponía cachos al otro decía: “si están mal, ¿por qué no se separan y dejan de hacerse daño?”. Pero, como dice el refrán, una cosa es mirar los toros desde la gradería y otra muy diferente desde la plaza.
Vivo hace tres años con mi novio, al cual me une no sólo el sentimiento sino también el sexo, debo admitirlo. ¡Me encanta! En lo posible tres veces a la semana, pero si es domingo, ¡que en el día suceda dos veces! Y él sabe hacerlo de una manera… mejor dicho, me satisface completamente.
Pero no sólo soy novia y trabajadora de 8 de la mañana a 5 de la tarde, también estudio, y allí conocí a un hombre que me encanta. Resumamos: es mi amante, tengo charlas muy interesantes con él sobre cultura, nuestra carrera, la filosofía. Mejor dicho, es inteligente, además de bien parecido, trabajador, ambicioso económicamente, ¡me encanta! Pero en la cama, infortunadamente sólo alcanza los diez minutos.
A veces pienso que mi amante debería ser mi novio y mi novio debería ser mi amante.
Por momentos la mojigatería, machismo e hipocresía de la sociedad en este país del Sagrado Corazón me carcomen la conciencia, pero siento que no puedo dejar a ninguno de los dos: uno me satisface del ombligo para arriba y el otro del ombligo para abajo. ¡Definitivamente, una cosa es ver los toros desde la gradería y otra muy diferente desde la mismísima plaza!
Obra: «Bastet» por Beatriz Mutelet
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